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Cartel de Don Juan Tenorio - Los Goliardos Dir Angel Facio - Miguel Zapata 1991

Don Juan es el único personaje dramático de nuestro acervo literario con raigambre netamente popular. Desde su nacimiento, en 1630, hasta nuestros días, con la salvedad de algunos eclipses parciales, Don Juan ha acudido puntualmente a su cita con los difun­tos todos los primeros de Noviembre. Engalanado primero con los versos de Tirso, venido a menos con los de Alonso de Córdoba, y envejecido con los de Antonio de Zamora, a mediados del siglo pasado se­rá un coplero de Valladolid, maestro consagrado del ripio y del melodrama, quien consume la degradación definitiva del personaje, al redimirle por medio del amor edulcorado de una monjita de provincias. El Burlador se convierte así… ¡en San Juan Tenorio! Vivir para ver…

  • Dramaturgia y Dirección: Ángel Facio
  • Reparto: F. M. Poika, Carlos Rivas, Pedro Casablanc, José Caride, Luis Alfaro, Manuel Millán, Mario Vedoya, Nancho Novo, Manuel Peinado, Teresa Pardo, Vicky Lagos, Chus Barbero, Amparo Vega León, Lola Manzano. 
  • Autoría: José Zorrilla
  • Escenografía: Cristina Moix
  • Iluminación: Mario Gas
  • Vestuario: Begoña del Valle-Iturriaga

  • Fecha de estreno: 22 octubre 1991 en el Teatro Condal de Barcelona, dentro del Festival de Tardor.
  • Estreno en Madrid: 21 de noviembre de 1991 en el Teatro Albéniz de Madrid, dentro del Festival de Otoño.
  • Producción: Goliardos y Centro Andaluz de Teatro (CAT) y el Festival de Tardor-Olimpiada Cultural.

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¿Quién es Don Juan? ¿Un vil seductor? ¿Un enamora­do del amor? ¿Un misógino masoquista? ¿Un Edipo postconciliar? Psicologismos aparte, yo creo que Don Juan es ante todo un delincuente, más aún, el delincuente por antonomasia. Es decir, «el que infringe ­una ley o mandato», según los legisladores de la Real Academia. ¿Cargos? Asesinatos en primer grado (muchos), violaciones (muchísimas), blasfemias, per­jurios, robos con escalo, estafas, secuestros, suplantaciones de personalidad, falsificaciones… y un larguísi­mo etcétera de delitos varios que apenas cabrían en este corto espacio. Si un juez de nuestro tiempo le aplicase la ley en todo su rigor, código penal en ma­no, no creo que se librase con menos de dos mil años y un día. No llega a una eternidad, de acuerdo, pero sí que rebasa con creces los límites temporales de nuestra cultura. Don Juan es un señorito andaluz, un hijo de ministro que, desde su posición de privile­gio, se permite el lujo de sustraerse a todo orden nor­mativo. Dios, Patria y Familia han sido borrados de un plumazo. Don Juan es un hombre libre en los térmi­nos más absolutos, un representante de Lucifer en es­te mundo de nuestros pecados, George Bataille lo define como ‘la encarnación personal de la fiesta, de la orgía feliz’. Por eso Don Juan, de Tirso a Byron pa­sando por Moliere, se va al infierno de la mano del comendador. Coherencia obliga.

Los que ya no cumplimos los cuarenta no hemos lle­gado a Superman. Somos más bien malpensantes, y en alguna ocasión nos hemos mirado al espejo con la es­peranza de encontrar al Burlador.

Ángel Facio.

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