Slawomir Mrozek ha sido una de las más recientes revelaciones del teatro europeo. Polaco de nacimiento y de vocación, su forma de decir, típicamente vanguardista, encubre una serie de problemas situados al otro extremo de los que preocupan a los teóricos del absurdo.
Dos situaciones límite, en cuyas coordenas unos personajes se plantean la vigencia de ciertas ideas tan abstractas como arraigadas en nuestros días en el viejo continente: la libertad, la Justicia. Este es, ni más ni menos, el sentido último de las obras que hoy les ofrecemos.
— Fragmento del programa de mano original de 1967.
- Dirección: Los Goliardos
- Reparto: Miguel Arrieta, Mariano Clemente, Félix Rotaeta, Paco Aguinaga, Josita Vergara
- Autoría: Slawomir Mrozek
- Fecha de estreno: 1967
- Producción: Los Goliardos
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UNA PUESTA EN ESCENA: «STRIP-TEASE»
Vista bajo el prisma de la ideología, la puesta en escena de «Strip-tease» se nos presentó bastante clara. En primerísimo lugar debíamos hacer evidente la ruptura total entre los personajes y su entorno: no quieren, no pueden o no saben comprender la realidad —en este caso, por obra y gracia de la transposición dramática, la «situación»—. Con este fin, creamos un dispositivo escénico funcional e incomprensible: cuatro paredes grises que se iban cerrando a medida que transcurría la pieza, para terminar enjaulando materialmente a los dos personajes. Tampoco las dos sillas —únicos elementos de attrezzo— presentaban matiz humano alguno, al estar pintadas de un blanco cegador. En justa correspondencia, los personajes siempre mantuvieron una actitud de desconfianza, e incluso de terror, ante tan extraña habitación. Resumiendo, la escenografía se insertaba perfectamente en el «mundo» de las dos manos gigantescas —símbolo exacto de la opresión exterior— uniéndose a ellas en su función dramática de contraste.
En cuanto a los personajes, intentamos llevar a cabo una minuciosa labor de tipificación. Sus posturas pecaban quizá de excesivo intelectualismo, por lo que carecían del suficiente carácter expresivo. Para llenar este hueco, buscamos las actitudes típicas que mejor se correspondiesen con los presupuestos mentales expuestos en el texto. Y nos decidimos por el «yoghi» occidentalizado y el «business man», respectivamente. En efecto, toda postura quietista suele ir acompañada en nuestra sociedad occidental por una pintoresca inclinación a adoptar formas importadas del «lejano y misterioso» Oriente. Lo que en la India es una forma de vida, en Francia e Inglaterra se transformará en lujoso artículo de evasión. El hombre de negocios, por su parte, se corresponde bastante estrechamente con la imagen social del individuo nervioso, maquinizado, eficaz: la acción tiene un valor en sí misma, desvinculada de toda intencionalidad, de toda proyección ética. La relación entre ambos personajes se daba al nivel de «Usos sociales». Muy educados, ocultando el profundo sentimiento de pavor que les embarga —«¿Qué irá a pensar este caballero?»— asumen la convencional actitud de un «gentleman» inglés en las carreras de Ascott. Producto indirecto de semejante postura: la incomunicación. Observemos, sin embargo, que esta incomunicación no alcanza de ninguna manera los planos profundos de la personalidad. Si el señor Uno y el señor Dos no se comprenden, es porque no quieren, son ellos mismos quienes alzan la muralla del prejuicio y de la hipocresía, elementos éstos que en el peor de los casos son de origen social, y, por si fuera poco, fácilmente eliminables.
Unas palabras más acerca del ritmo escénico. Distinguimos tres partes esenciales en el desarrollo de la obra. En la primera, desde el arranque inicial a la primera intervención de «la mano», tratamos de compensar la falta de nervio del texto, con una acumulación de movimientos mecánicos —respuestas Instintivas ante un medio hostil— encadenados en un ritmo progresivamente acelerado. A partir de la aparición de «la mano» la pieza cobraba su aire, digamos natural, ya que este acontecimiento se bastaba y sobraba para motivar las reacciones de los personajes y la agilidad de la situación. Por último, el tiempo escénico que transcurre entre el momento en que «la mano» encadena a los señores Uno y Dos y el desenlace definitivo de la pieza, era, a nuestro parecer, excesivamente corto —defecto opuesto al observado en el primer período—. En consecuencia, apuramos al máximo las posibilidades del texto, ampliando las pausas, intercalando acciones mudas entre frase y frase; en una palabra, alargando la situación todo lo que ésta nos permitía. En medio del desconcierto de los personajes, totalmente desmoronados moral y físicamente, una quinta pared descendía de los telares para encarcelarlos definitivamente.
OTRA PUESTA EN ESCENA: «EN ALTA MAR»
En líneas generales, podemos afirmar que el punto de partida para el montaje de « Strip-tease» nos sirvió también para afrontar «En alta mar». Sin embargo, apenas iniciado nuestro trabajo, se nos hizo patente una variación importantísima: la relación personajes-entorno, eje y pauta del planteamiento en «Strip-tease», se transformaba en esta obra pieza con la aparición de un tercer personaje.
En efecto, la tensión dramática no era producida ya por una fuerza desconocida y externa, sino por la amenaza concretísima y presente bajo la que se encontraban cada uno de los personajes, de servir de producto de consumo a sus compañeros. Al otro extremo de la situación, el hambre, una necesidad imperiosa e inaplazable de subsistir.