Selección de pasos de Lope de Rueda que comprende los títulos: La caratula, Cornudo y contento, Pagar y no pagar, El simple deseo de casarse, El médico simple, El rufián cobarde y La generosa paliza.
Espectáculo centrado en la figura del bobo, del simple, articulada por Lope en sus obras.
- Dirección: Los Goliardos
- Reparto: Paco Algora, Pedro Almodóvar, Miguel Arribas, Merche Guillamón, Gloria Martínez, Biel Moll, Félix Rotaeta, Lalys Salas, Pepa Valiente y Quico Viader
- Autoría: Lope de Rueda
- Cartel y corpóreos escenografía: Antonio Fraguas ‘Forges’
- Fecha de estreno: julio de 1968 en el Claustro de la Universidad de Valencia
- Funciones totales: 168
- Última función: 21 de octubre de 1970 en la Casa de las Conchas de Salamanca
- Producción: Los Goliardos
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Tras un taller que se organiza en el Estudio de Teatro logran perfilar la dramaturgia que recibirá el nombre de Historias de Juan de Buenalma. Es aquí donde realmente se convierten en un teatro independiente, configurando un circuito alternativo:
Convencidos de que estamos ante un problema de estructuras, de que todo planteamiento individual supone una inserción en las mismas y de que la última categoría del hombre es la de ser social, creemos que la única solución supone un enfrentamiento a ese mismo nivel, y por ello defendemos nuestra opción por una experiencia colectiva del teatro.
A medida que transcurran las funciones de Historias de Juan de Buenalma, se irá intentando desentrañar, por todos los medios, el misterio del teatro popular. Por otra parte, su postura ante la revisión de los clásicos será también paradigmática en el movimiento: «Sólo actualizando en la medida que exige un público —una sociedad— para su fácil entendimiento, se mantiene el respeto debido a los padres de nuestras letras». El espectáculo quedaba así organizado «sobre el esquema de una especie de retablo renacentista, en el que las figuras fluyen rápidamente, surgen, desaparecen, y vuelven a asomar su semblante cuando ya parecían definitivamente liquidadas».
Los Goliardos recorrerán con este montaje todas las provincias de la España peninsular —e incluso visitarán Palma de Mallorca— en sus 152 funciones. Su anhelo está más en llegar al mayor número de localidades posibles que a la explotación rentable del espectáculo. Diseñan para ello una campaña publicitaria que trata de conectar estrechamente con ese público popular: «Los Goliardos le sacan la lengua a la Academia de la Lengua. ¡No a la clasificación de los clásicos! ¡Ah, y con descuento!»; «Según dicen Lope de Rueda es el padre de nuestro teatro. ¡No niegue usté a su padre, hombre!»; «No sufra, caballero, por las asociaciones. Hágame usté el favor, sonría y sea feliz. Y si al mirar la tele siente usté comezones haga como Don Lope: húrguese la nariz».
Aquella larga gira obtuvo unos ingresos de 1.170.000 pesetas de las que cada actor apenas percibiría 200 pesetas en dietas diarias. Los gastos fijos al mes ascendieron a 30.000 pesetas. No les quedaba otro remedio que hacer bandera de austeridad y pobreza tanto en la alimentación como en las demás necesidades. Era normal —según cuentan algunos de ellos— hacer una o dos representaciones y volver conduciendo toda la noche para ahorrar gastos de pensión. Serían estas experiencias las que llevasen al grupo a la desilusionada confesión de que el teatro popular, tal y como se había concebido desde las iniciativas de La Barraca hasta su propia experiencia, no había sido más que una entelequia, un deseo de universitario idealista sin ninguna relación con la realidad de esas gentes:
El «pueblo», ese concepto demagógico tan bien utilizado por los oradores del XIX, había muerto definitivamente de asfixia, acogotado por la Coca-Cola, la TV y la emigración. Nos guste o no nos guste, a nuestras representaciones asistía la pequeña burguesía de provincias, cuyo único objetivo vital se limitaba a pretender adquirir un 124 y a gozar de treinta días de vacaciones al año en la Costa del Sol. Los otros, los señores con boina y las abuelas con toquilla, amén de ser los menos, no pasaban de conformar una vetusta reliquia histórica.
De aquel periplo recordará Facio cómo, apiñados en una furgoneta comprada a plazos que nunca sobrepasaba los setenta por hora, hicieron más de 90.000 kilómetros: «El grado de penuria que se exige a cada goliardo raya en la miseria y de esta forma los atractivos del grupo no son suficientes para mantener un equipo estable. De los que iniciamos el programa de Lope de Rueda, apenas quedamos tres». Su última función sería en la Casa de las Conchas de Salamanca el 21 de octubre de 1970.
Fragmento de LOS GOLIARDOS (1964–1974): PARADIGMA DE LA INDEPENDENCIA TEATRAL